ANDRÉS "CUERVO" LARROQUE
FRAGMENTOS DE "EL SOLDADO DE CRISTINA"
por Gabriel Sued
fuente:
http://www.revistaanfibia.com/cronica/el-soldado-de-cristina/
FRAGMENTOS DE "EL SOLDADO DE CRISTINA"
por Gabriel Sued
Baqueano de la resistencia, apóstol temprano de la fe kirchnerista, uno de los fundadores de La Cámpora, Andrés “El cuervo” Larroque se sabe parte de “un dispositivo político”. En la secundaria tenía ocho camisetas de San Lorenzo: usaba una todos los días y pasaba las tardes discutiendo de política con Mario Firmenich, ex jefe de Montoneros. Cayó preso en Disneyworld a los 12 años, vive en un departamento en Constitución y le cuesta dormir si trata mal a un compañero. Su novia lo acusa de “rata” porque siempre veranean en Aguas Verdes. Perfil del líder de una nueva generación política que llegó al poder antes de lo pensado. Con este texto, Gabriel Sued fue finalista en el premio de crónicas La Voluntad.
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Desde la terraza de la casa 207 de la manzana
22, la Villa 20 parece un basurero a cielo abierto. Encima de los
techos de chapa hay esqueletos de sillas, escaleras caracol oxidadas,
botellas vacías y bolsas de plástico cubiertas de mugre.
Fue en ese rincón olvidado de Villa Lugano
donde El Cuervo se dio su primer baño de realidad, a los 21 años. “Si
venís, no te vas más”, le dijo Lucio Elemenson, un ex compañero del
Buenos Aires que participaba del Grupo de Educación Popular, la
organización que operaba La Escuelita. Era un centro que daba clases de
apoyo escolar. El Cuervo empezó a ir todos los sábados y pronto se dio
cuenta de que había encontrado su nuevo lugar en el mundo. Atrás había
quedado un año en el que no había sabido cómo continuar su militancia ni
qué estudiar. Estaba tan desorientado que había ido por primera vez a
un psicólogo.
En La Escuelita se sentía más cómodo que en su casa, pero a las pocas semanas planteó la primera discusión interna.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Apoyo escolar durante
30 años? Hay que hacer mil lugares como éste y hay que discutir de
política —les dijo a los fundadores del grupo, que temían “ensuciar” el
trabajo solidario.
El Cuervo ganó la pulseada y La Escuelita
incorporó un comedor. En 1999, Larroque estudiaba Historia, iba a Lugano
todos los días y había consolidado un grupo de militantes que le
respondía. En la villa lo conocía todo el mundo. En charlas con los
vecinos más antiguos El Cuervo confirmó algo que intuía: la tarea que
estaban haciendo ellos en el barrio era la misma que, en los 70, habían
hecho los montoneros.
***
—En la villa había un recuerdo muy positivo
de la JP. Aunque ya traíamos esa reivindicación, en Lugano se dio una
identificación más fuerte con la Orga —dice, en nuestro siguiente
encuentro en su despacho, en julio. El televisor está clavado en C5N.
—Sin Montoneros no hubiese vuelto Perón
—sentencia, pero aclara que tiene una mirada crítica de la lucha armada
de los 70. —En un momento dejó de ser una herramienta y se convirtió en
un fin.
La charla se interrumpe cuando entra Claudia con Reinaldo y Ángel, dos antiguos vecinos de la Villa 20, que vinieron de visita.
El Cuervo los abraza durante varios segundos.—Me hiciste ir a verte a la Casa Rosada y ahora acá. ¡Orgulloso de ser tu amigo! —le dice Reinaldo, marcando bien la elle. Misionero, peón de taxi de 38 años, es el hijo de Ángel. Ahora vive en Ciudad Oculta, pero no se olvida de los días que pasó con Larroque.
—Éste comía porotos sentado encima de los ladrillos, ningún sillón, nada, eh. —me dice.
Después le confiesa al Cuervo que viene a pedirle ayuda. Quiere un trabajo como colectivero.
—Tranquilo, te vamos a dar una mano.
Ángel aprovecha el clima de camaradería y suma otro pedido: necesita dos pasajes de ómnibus para ir a ver a su “viejita” a Misiones.
—Quedate tranquilo. Claudia se encarga —responde Larroque, y, con gesto paternal, le envuelve las manos entre las suyas.
—Vengan cuando quieran, así como hoy, sin avisar.
Me cruzo con Reinaldo un mes después en una jornada de militancia, en Ciudad Oculta, donde voy en busca del Cuervo. Me cuenta que su padre viajó a Misiones por Aerolíneas Argentinas, con un boucher de la Cámara de Diputados.
—No lo podía creer. Era la primera vez que volaba en avión. ¡Y no sabés la alegría que le dio a la viejita!
***
El Cuervo empezó a construir lo que hoy es La Cámpora a principios de
2007. Fue después de conocer a Máximo Kirchner. El hijo de la
Presidenta había fundado la agrupación el año anterior, en Río Gallegos.
Todavía hoy tiene la última palabra en las grandes decisiones de la
organización.—Feliz cumpleaños —fue lo primero que le dijo Máximo, cuando apareció por sorpresa en el festejo que le habían armado al Cuervo, el 26 de enero de 2007, en el local de Almafuerte, el centro cultural que manejaba en Parque Patricios.
—¡Muchas gracias! Vos también sos de Acuario, ¿no? —respondió Larroque para romper el hielo.
Para entonces, El Cuervo ya había abandonado la Corriente Martín Fierro y el Frente Barrial 19 de Diciembre, agrupaciones con las que extendió el trabajo territorial al resto de las villas de la Capital y parte del conurbano. Como sus compañeros de ruta desconfiaban de Kirchner, él y el grupo de militantes que le respondía fundaron una nueva organización. A la hora de elegir el nombre, Larroque reafirmó su identificación con la militancia setentista. Le puso Juventud Presente, en homenaje a un cantito de la JP: “¡Juventud presente, Perón, Perón o muerte!”. Había dejado la facultad y el estudio de abogados en el que trabajaba como cadete, comía en los comedores que sostenía la agrupación y vivía con una vaquita que hacían sus compañeros.
Al principio quedó al margen de la conducción de La Cámpora. Compartían la jefatura Juan Cabandié, José Ottavis y Mariana Gras. Llegó a la cima de la organización en pleno conflicto del campo, a mediados de 2008. Había conocido a Néstor Kirchner a principios de ese año, en las oficinas que el ex presidente tenía en Puerto Madero.
—Lo que más me impresionó de Néstor es que me pareció que estaba más a la izquierda que nosotros —dice en Ciudad Oculta—. Valoraba más la militancia, el aspecto territorial. Era consciente de que la construcción de poder no era algo de superestructura, sino un zurcido quirúrgico diario.
La relación con Néstor y Máximo se consolidó en largas sobremesas, en la quinta de Olivos y en Río Gallegos, donde las jóvenes promesas kirchneristas viajaban por invitación del hijo del presidente. Esas charlas operaron como una suerte de casting.
El Cuervo ganó varios puntos en una batalla callejera en la que puso el cuerpo. Fue el 25 de marzo de 2008, cuando los sectores pro campo habían convocado a una manifestación en la Plaza de Mayo. Larroque, que entonces tenía un cargo menor en la Secretaría General de la Presidencia, salió de la Casa Rosada y se fue para Avenida de Mayo y Perú, donde se habían convocado dirigentes de agrupaciones kirchneristas, con Emilio Pérsico y Edgardo Depetri a la cabeza. Ahí armaron una especie de barricada, con piedras y palos.
—Si estos tipos nos llenan la plaza, van a querer voltear a Cristina. No nos puede pasar lo mismo que a De la Rúa —me respondió esa
noche, mientras yo cubría la protesta para La Nación, cuando lo cuestioné por lo que me parecía una reacción desproporcionada.
Querían evitar el avance de lo que llamaban los “agrogorilas” y recuperar la plaza. Pero eran pocos. Para parecer más se pusieron uno al lado del otro y, con los brazos entrelazados, ocuparon el ancho de Avenida de Mayo.
—Ya viene D’Elía con gente de La Matanza —gritó Pérsico, el jefe del Movimiento Evita, desde el centro de la columna. Los nervios de los kirchneristas iban en aumento. Estaban convencidos de que esa trifulca de trasnoche podía definir el futuro del gobierno.
Cuando finalmente apareció D’Elía, la columna fue al choque con un grupo de manifestantes que abandonaba la plaza. Fue media hora de empujones, golpes y patadas. Volaron cacerolas hacia un lado y palos hacia el otro. Minutos después, en la esquina de la Catedral, se enfrentaron con un grupo de rugbiers que quería bloquearles el ingreso a la plaza.
En un momento se produjo una estampida que dejó un hueco en el bando adversario. El Cuervo aprovechó para avanzar. En esa corrida sintió un golpe seco en la frente. Después de unos minutos los kirchneristas lograron expulsar a los manifestantes de la plaza. Como símbolo de la victoria, D’Elía se subió a la Pirámide de Mayo y, con su voz aflautada, empezó a cantar.
—¡La plaza es nuestra, la puta que los parió!
El Cuervo lo copió, eufórico. Hasta que Quito Aragón, jefe de la Martín Fierro, se lo quedó mirando y se rió con ganas.
—¿Qué te pasó, boludo? — dijo.
Recién entonces Larroque se dio cuenta de que el líquido que le bajaba desde la frente no era transpiración sino sangre.
***
La jefatura de La Cámpora la definieron Néstor y Máximo Kirchner.
Pero la decisión no encontró resistencia entre la militancia. Larroque
ya ejercía un liderazgo de hecho. ¿Por qué se decidieron por El Cuervo,
un marginal de la política?, les pregunto a nueve dirigentes
kirchneristas, algunos diputados y otros referentes de agrupaciones de
militancia. Me responden en off the record para evitar un reto de
Larroque. “Es absolutamente orgánico. No usa el poder delegado para
imponer decisiones propias”. “Es un asceta. Podría vivir en un
monasterio”. “Es un conductor nato. Tiene carácter y sensibilidad a la
vez. Escucha a todo el mundo”. “Es un todoterreno. Se juega la vida por
Cristina”. “Tiene una impronta doctrinaria que no tenían los demás. Es
un referente más setentista”. “Entendió mejor que nadie las reglas de
juego del kirchnerismo: obediencia y seguimiento de la agenda decidida
desde arriba”. “Cuando se sentaron con Néstor, él se dio cuenta de que
El Cuervo era el único que tenía calle, el único que sabía pegar una
buena borrachera en el barrio o tratar con un fisura”. “El Cuervo
conquistó a Máximo porque es igual que él. Ocupado de los detalles,
obsesivo hasta para organizar un asado”. “Tiene un análisis político muy
lúcido. Pero tiene problemas de conducción porque está muy atado a ser
el delegado de la jefa”.
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